Hoy, 28 de febrero, es el día de Andalucía y he querido homenajear a esta tierra contando uno de los viajes más entrañables que pude hacer en 2020.
Justo antes de que la pandemia comenzase y que todo el mundo se viese inmerso en una pesadilla, nosotros pudimos cumplir uno de los sueños de mi padre, volver a su tierra, al lugar donde nació y creció.
Nos parecía muy bonito poder contribuir a realizar ese sueño y ser parte de él, así que nos pusimos y en dos horas y media nos trasladábamos de Elche a Huéscar, en el Altiplano granadino.

La primera sorpresa fue al llegar a Cuevas la Atalaya El lugar es precioso, os dejo imágenes para que podáis ver lo bonitas que son las cuevas por dentro. Además el propietario, Ángel, es encantador, nos recomendó cosas que ver en la zona y fue muy simpático y acogedor con nosotros. Si estáis por la zona, no dudéis en alojaros aquí, dormir en una cueva es una experiencia que no olvidaréis. Por cierto, podéis llevar carbón y hacer una barbacoa fuera, o encender la chimenea de la cueva…y pasar una noche muy romántica si vais en pareja.







Fue un momento emocionante. Al decirle que veníamos a ver donde creció mi padre nos preguntó el apellido y nos sorprendimos al comprobar que conocía a parte de nuestra familia.
Es algo muy curioso que en muchas zonas de Andalucía se conserva la costumbre de conocer a las familias por el apellido o el «mote»; es decir, el sobrenombre con el que se conocía.
Una vez instalados nos dispusimos a recorrer un poco la zona. Se puede observar que hay muchos huecos en las laderas de las montañas, son las antiguas cuevas que datan de tiempos inmemoriales y que en época medieval (S.V al XVII) sirvieron de cobijo a los moriscos que huían de la medina y de otras regiones de la península tras la orden de expulsión promulgada por Felipe III.
Otro momento de expansión de estas cuevas fue a finales del S.XIX y primera mitad del S.XX. Es un buen momento para la industria azucarera y agrícola y muchas familias de origen humilde buscarán una vivienda barata y que se adaptara a sus necesidades. Hoy muchas de ellas gracias a la adaptación y modernización de las mismas están siendo reorientadas al Turismo.

Nuestra exploración nos llevó a Fuencaliente, un manantial a 2 km del centro de Huéscar. Se puede ir en coche, pero un paseo y respirar aire puro también vale la pena. Su acceso y uso de la zona recreativa es gratuito. Además hay un restaurante que en verano imagino ha de estar lleno. 🙂
Es un lugar precioso donde disfrutar de la tranquilidad, el baño, la sombra y el juego. Las aguas son naturales, por lo que mantienen una temperatura constante de 18º centígrados. Algo que me resultó curioso son la cantidad de peces que había dentro de la piscina. Imagino que en verano no estarán, pero fuera de la temporada de baño he de decir que estaba lleno de ellos.




Este día aprovechamos para recorrer el pueblo. Huéscar apenas cuenta con 8.000 habitantes pero en verano este número se multiplica. En su entorno hay mucho que visitar, sobre todo es un lugar idóneo para los amantes de los yacimientos arqueológicos, ya que cuenta con muchos restos y este es uno de los asentamientos más antiguos del continente europeo.
La situación estratégica de Huéscar entre la meseta y el sureste de la península hizo de ella un lugar de paso para diversas civilizaciones que han ido dejando su impronta en la zona.
Esta herencia y el buen hacer de estos pueblos ganaderos y agrícolas ha favorecido que su reconversión al turismo esté siendo un éxito. Tanto Castril, Castilleja, Galera, Huéscar, Orce y Puebla de Don Fadrique se han unido para poner en valor unos restos que nos cuentan la historia de nuestros antepasados más lejanos.
Las casas señoriales de Huéscar y su hermoso templo gótico renacentista el siglo XVI, la Colegiata Santa María, muestran en sus fachadas un pasado glorioso, bañado de escudos nobiliarios y riqueza que hacen honor al poderío que llegó a ostentar la villa.






El punto más concurrido de la villa es sin duda la plaza y el mercado, donde no pudimos resistirnos a la tentación de comprar embutido de la zona (morcilla, relleno, blanco…) y tomarnos una cervecita al sol.



Nos dispusimos a seguir con nuestro paseo y al lado de la Colegiata Santa María entramos a la joyería de Emilio Galera, primo de mi padre al que no había visto desde que eran pequeños.
Fue muy emotivo el reencuentro y me siento muy agradecida de haber podido vivirlo en primera persona porque es una muestra de que las buenas relaciones que se forjan en la niñez perduran a pesar de la distancia y el tiempo. Ver cómo se miraban, se abrazaban, se besaban y recordaban pasajes de una infancia ya lejana pero muy vívida, nos hizo partícipes de un momento único.

Tras tanta emoción nos dirigimos a Cuevas de Alkadima, un lugar maravilloso donde cobijarse en un día caluroso a la sombra de una parra y disfrutar de su exquisita carne a la brasa. No dejes de visitar el restaurante pues está formado por multitud de cuevas. Nosotros tenemos pendiente volver en una día de frio invierno para poder disfrutar de una cena al calor de una de estas cuevas tan acogedoras.


El paisaje que rodea a la villa está salpicado de explotaciones agrarias y ganaderas vigiladas de cerca por la sierra de la Sagra, un macizo majestuoso que domina la llanura circundante. Pero eso ya te lo cuento en otra historia….Seguimos recorriendo la zona. 🙂